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TEOLOGÍA BIBLICA Y SISTEMÁTICA

13. EL JUICIO FINAL 

           Todo hombre comparecerá ante el tribunal de juicio de Dios a fin que su justicia sea vindicada: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Heb. 9:27). El salmista declaró: “Justicia y juicio son el cimiento de tu trono” (Sal. 89:14). La santidad y justicia de Dios requieren
que todo pecado sea castigado y que todo justo sea levantado: “Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al
justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gn. 18:25).

 

             La conciencia del hombre testifica del hecho que todo bien y mal es conocido por Dios y registrado en su registro indeleble: “Estos … mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgara por Jesucristo los
secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Rom. 2:15, 16). Todo hombre ha pecado (Rom. 3:10–23), por lo tanto, todos merecen condenación. La imagen más clara de las demandas de la santidad y justicia de Dios es vista en la cruz. Dios también es un Dios de amor; pero a fin que fuera otorgada su misericordia sobre los pecadores, sus pecados debieron ser puestos sobre su Hijo redentor, y allí sobre la cruz el ser juzgados y castigados. El infinito salvador llevó la culpa de los pecadores a fin que los creyentes identificados con Jesús pudieran ser librados de la condenación (Rom. 8:1). Hay una idea errónea, afirmada por algunos, que habrá un día general de juicio en el que todo ser justo o injusto será juzgado. La Biblia habla de un número de juicios. La Biblia Scofield (Oxford University Press, 1967) en las notas al pie para Apocalipsis 20:12, enumera siete (7) juicios separados. En la siguiente sección estos juicios serán tratados bajo cinco categorías: [p 590] (1) El juicio del creyente, (2) El juicio de las naciones, (3) El juicio de la nación de Israel, (4) El juicio de los muertos inicuos y (5) El juicio de Satanás y los ángeles caídos.

 

A. EL JUICIO DE LOS CREYENTES.


           Hay tres aspectos del juicio de los creyentes. Su primer juicio tomó lugar en la cruz: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Jn. 12:31, 32). En la realidad, la cruz es el juicio de todo pecado y de todo pecador, incluyendo a Satanás. En la cruz el creyente se declara culpable, confiesa su pecado, y se identifica con Jesús; su sustituto y salvador: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (I Jn. 1:9). Habiendo sido juzgados en la cruz, los fieles no comparecerán juicio relativo a su salvación, solamente en lo relativo a sus recompensas por servicio (Jn. 3:18; 5:24; Rom. 8:1, 33;
I Tes. 5:9). El segundo aspecto del juicio del creyente es su juicio propio continuo; Pablo escribió: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (I Cor. 11:31, 32). Esta es una parte de la obra santificadora del Espíritu Santo en la vida del creyente (Rom. 15:16; I Tes. 5:14–23; II Tes. 2:13; I Jn. 1:7–2:2). El juicio del creyente ante el tribunal de justicia de Cristo no es un juicio de condenación, sino para determinar las recompensas del creyente. Tomará lugar en la venida de Cristo (vea I Cor. 4:5). Dos pasajes dan detalles relativos al juicio del creyente: La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobre edificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego (I Cr. 3:13–15) Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo sin valor (II Cor. 5:10).


            En su vida y servicio, cada creyente está edificando sobre el fundamento de Cristo Jesús. Debe responder ante el tribunal (el juicio Bema) de Cristo para tener sus obras probadas como una base para la recompensa. Su servicio puede ser revelado como ser oro, plata, piedras preciosas; o a ser, heno, madera y hojarasca; lo
último no perdurará la prueba en el fuego de la gloria de Cristo. Si lo que ha edificado sobre el fundamento de Cristo es “sin valor”, [p 591] será salvo, porque la salvación es por fe no por obras; pero sus obras no le traerán premios o coronas. “Mirad, por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo” (II Jn. 8). (Vea también I Jn. 2:28; Ap. 3:11). Si lo que edifica sobre Cristo es “bueno”, recibirá una recompensa y un “Bien, buen siervo y fiel.”
Parece claro que el juicio Bema de los creyentes ocurre en el momento del rapto, porque la cena de las bodas del Cordero toma lugar antes que Cristo regresa con los santos (Ap. 19:7–9), y la voz del trono declara de la novia, “su esposa se ha preparado.” Su “preparación” indica que ha pasado más allá del juicio.
Las recompensas especiales del creyente se llaman coronas. Son cuatro en número: 1. La corona de gozo. “Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo” (I Tes. 2:19, 20). Pablo consideraba
a sus convertidos su corona de gozo. Note que esperaba recibir su corona en la venida de Jesús. Esta es la corona del ganador de almas.

 

2. La corona de justicia.


     Esta corona Pablo esperaba recibir como recompensa por la “buena batalla”, “fe guardada” y el acabar de la carrera (II Ti. 4:7, 8). Esta es la corona del ganador de la “metáfora atlética.” (Vea también I Cor. 9:25–27: “Sino que golpeo mi cuerpo … no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”.)

 

3. La corona de vida.

 

    “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida” (Stg. 1:12). Esta es la corona del mártir porque es prometida a aquellos que sean fieles hasta la muerte (Ap. 2:10); pero aquellos que vivan preparados para morir por su testimonio también la reciben.

 

4. La corona de gloria.

 

Esta es la corona para pastores y ancianos: “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (I P. 5:4). La palabra griega para “corona” es stephanos, la cual es la corona entregada en los juegos; estaba hecha de olivo o laurel y se corrompía pronto. La corona de gloria
que el Señor entregará a sus pastores súbditos sobrevivirá todas las edades.

 

B. EL JUICIO DE LAS NACIONES GENTILES.

    En Mateo el capítulo veinticuatro, Jesús declara que Él reunirá a todas las naciones ante Él para ser juzgadas en el momento de su venida (Mt. 25:31–46). Al final de la tribulación, y antes de que comience su reino milenial, Jesús separará a las naciones como un pastor separaría a las ovejas de los cabritos. Parece por lo que
sigue en el mismo contexto, que la base del juicio será el trato dado a sus “hermanos” el justo remanente de Israel quienes serán los testigos de Cristo durante la tribulación (Ap. 7; 11:1–12). Estos serán los gentiles que sobreviven la tribulación, quienes no se inclinen ante la Bestia. Se convertirán en las naciones que los profetas del Antiguo Testamento predijeron habitarían la tierra durante la era del reino (Is. 11:10).

 

C. EL JUICIO DE LA NACIÓN ISRAEL.


       Los profetas del Antiguo Testamento predicen un tiempo de prueba y tribulación para el remanente de Israel en preparación para el reino (vea Ez. 20:33–38; Dn. 12:1, 2). Jesús, en Mateo capítulo veinticuatro, habla de la gran tribulación como un tiempo de prueba y juicio para Israel. Ya que la tribulación, la cual será la septuagésima semana de Daniel, será una prueba rigurosa para Israel, constituirá un juicio final sobre la nación para encontrar justicia y purificar a un remanente para el reino del Mesías sobre el trono de David. (Vea Dn. 9:24–27; Ap. 12.)

 

D. EL JUICIO DE LOS MUERTOS INICUOS.


         Esto es conocido como el “juicio del gran trono blanco.” No tomará lugar hasta después del reino milenial de Cristo.
Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas
que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda (Ap. 20:11–14).

 

        Esto describe el juicio final de todos los muertos inicuos. El juez será Cristo Jesús a quien Dios ha asignado todo juicio (Hch. 17:31). Los juzgados son los muertos inicuos que no tuvieron parte en la primera resurrección, la cual tomó lugar en el momento del rapto de los santos (I Tes. 4:16; I Cor. 15:52). El juicio es sobre
la base de las obras. Habrá una diferencia en la severidad del juicio (Lc. 12:46–48). Sin embargo, el más leve grado de estar perdido tiene un destino espantoso. Estos habrán despreciado toda oferta de [p 593] la misericordia de Dios en Cristo Jesús. Por lo tanto, sus nombres no son hallados escritos en el libro de la vida.

 

E. EL JUICIO DE SATANAS Y LOS ANGELES CAIDOS.


       Al final del reinado de mil años de Cristo, Satanás será librado de su prisión por una breve temporada. El se presentará para engañar a las naciones, cuya rebelión (su última) finalizará con la destrucción por fuego de los rebeldes y Satanás siendo lanzado al lago de fuego para siempre (Ap. 20:10). Varios pasajes bíblicos se
refieren a un juicio final de ángeles caídos (Is. 24:21, 22; II P. 2:4; Jud. 6). Se asume generalmente que los ángeles caídos serán juzgados al mismo tiempo que Satanás. Según Pablo, los santos participarán en el juicio de los ángeles (I Cor. 6:3).

 

IX. LOS DESTINOS FINALES
       No hay enseñanza más clara que aquella del destino final para todo hombre más allá de esta vida presente sobre la tierra: “E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25:46). “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás …” (Jn. 10:28). “En llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder …” (II Tes. 1:8, 9).

 

      Muy claramente, los justos disfrutarán de vida eterna y gozo en la presencia del Señor; los impíos sufrirán castigo eterno y separación del Señor. La morada futura de los justos será el cielo (II Cor. 5:1; I P. 1:4). La morada futura de los impíos será el infierno (gehenna) (Mr. 9:43, 44; Ap. 20:14).


A. EL DESTINO FUTURO DE LOS IMPIOS.

 

        La Biblia castellana hace referencia a la morada final del incrédulo como el “infierno.” La palabra castellana “infierno” se traduce de varias palabras hebreas y griegas las cuales tienen referencia a los diferentes estados de existencia después de la muerte. A veces designa al lugar de los espíritus que han partido o el estado intermedio, que en hebreo se llama Seol, y en griego se llama Hades.
En el Nuevo Testamento, “infierno” traduce más a menudo a gehenna, que simboliza la perdición eterna final. Gehenna era el lugar donde se echaban los desechos en el Valle de Hinnom donde ardían fuegos inter minablemente. Los inicuos son mantenidos en el Hades hasta el juicio final después del cual son lanzados al
lago de fuego. “Infierno” es la traduce una vez a tartarus, donde fueron arrojados los ángeles inicuos (II P. 2:4).
[p 594] Después del milenio, todos los muertos inicuos son resucitados, y luego del juicio del gran trono
blanco son lanzados al lago de fuego (Ap. 19:20; 20:10, 14, 15; 21:7, 8).
1. La condición final de los inicuos.
La condición final de los inicuos está presentada en la Palabra de Dios por las siguientes descripciones:
• Separación de Dios (Lc. 13:25, 28; II Tes. 1:9).
• Oscuridad exterior (Mt. 22:13; II P. 2:4, 17; Jud. 6, 13).
• Fuego eterno o inextinguible (Mt. 18:8; Mr. 9:43, 45, 48; II P. 3:7; Jud. 7).
• Desprecio eterno (Dn. 12:2).
• Tormento eterno (Ap. 14:10, 11).
• Castigo eterno (Mt. 25:46).
• Destrucción o perdición (ruina) eterna (II Tes. 1:8, 9; Fil. 3:18, 19; Mt. 7:13; Rom. 9:22; II P. 3:7).
• Donde el gusano nunca muere (Mr. 9:44).
• La ira de Dios (Rom. 2:5, 8, 9; I Tes. 1:10).
• Retribución (castigo proporcional a la iniquidad) (II Cor. 11:14, 15; II Ti. 4:14; Ap. 16:6; 22:12).
• La segunda muerte (Ap. 20:14; 21:8).
2. Teorías propuestas.
Han sido propuestas varias teorías que niegan que el castigo de los inicuos no tiene fin:
2.1. Aniquilacionismo.
        Según esta teoría, los inicuos son castigados por una era y luego son aniquilados. Los aniquilacionistas afirman que la palabra griega aiomos, derivada de aion, que significa “era” tiene el significado de “longitud de una era” en vez de “eterna.” Sin embargo, aionios es la palabra griega más fuerte para expresar la idea de
eterno, sin fin. Además aionios es la misma palabra utilizada para expresar la “eternidad” de Dios, del Espíritu Santo, y de la vida del creyente.
        Por el razonamiento del aniquilacionista, si el castigo de los inicuos sólo dura una era, entonces la vida de Dios y el creyente sólo dura una era. En Mateo 25:46, el castigo del impío y la vida del justo está expresado por la misma palabra, aionios. Al principio de los mil años, la Bestia y el falso profeta son lanzados al lago
de fuego, al final de los mil años, Satanás es lanzado al mismo lago de fuego: “donde estaban la Bestia y el falso profeta y [p 595] [ellos, pl.] serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20:10).
Han pasado la era del milenio en perdición y después de eso comparten el destino de Satanás “por los siglos de los siglos”; obviamente, su castigo dura más que “una era.”

 

2.2. Universalismo.
        Según los universalistas, el castigo traerá un cambio de corazón por parte de los inicuos y finalmente ellos, incluyendo a Satanás mismo, serán salvos. Después de un milenio en el abismo, cuando es soltado, Satanás inmediatamente dirige una rebelión contra Dios y contra sus santos. Mil años de encarcelamiento no cambian al engañador ni un poco. La Bestia y el falso profeta no cambian después de un milenio en el lago de fuego (Ap. 19:20; 20:10).

 

        El hombre rico en el Hades encuentra una gran sima fijada entre él y el seno de Abraham, y él ruega por un mensajero del reino de los muertos para advertir a sus hermanos de los peligros del infierno; pero se le dice que la ley y los profetas son su única avenida de salvación, y que si sus hermanos rechazan la palabra de Dios, ningún mensajero de los muertos podría evitar su misma destrucción (Lc. 16:22–31).

 

      No importa cuán temible sea la perspectiva de una perdición eterna, podemos estar seguros que el juicio justo de Dios será vindicado. Esto se asegura por la medida extrema de Dios en enviar a su Hijo a morir por nosotros. La gracia y el amor de Dios son sin medida; si hubiera habido una manera para que los hombres
fueran salvos sin la tragedia de la cruz, Dios no hubiera sujetado a su Hijo a ella. La cruz demuestra no solamente el amor y la misericordia de Dios, sino también la pecaminosidad del pecado.

Los inicuos son consignados al infierno sólo después de un juicio en el que son abiertos los libros y son pronunciadas sentencias justas. La severidad de la perdición no será igual para todos. Los castigos de los inicuos variarán en severidad, al igual que variarán en gloria las recompensas de los justos (Lc. 12:47, 48; I Cor.
3:12–15). La conciencia de cada hombre testificará a la “rectitud” de los juicios finales de Dios.

 


B. EL DESTINO FINAL DE SATANAS, LOS ANGELES CAIDOS Y EL ANTICRISTO.


        Ya que el destino final de Satanás, los ángeles inicuos y el Anticristo ha sido tratado bajo la sección sobre su juicio, y bajo el destino final de los inicuos, no será necesario tratar más sobre sus destinos finales, más que para citar los pasajes de la escritura donde se revela el tema: Mt. 25:41; Jud. 6; II P. 2:4; Ap. 19:20; 20:1, 2, 3, 10; Is. 14:14, 15; 24:21.


C. EL ESTADO FUTURO DE LOS JUSTOS.


        El estado eterno del creyente es vida mediante y con el Señor Jesucristo: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (I Jn. 5:11, 12).
        La vida eterna no es meramente existencia eterna; todo hombre justo o injusto existirá eternamente. “Vida” eterna no se refiere meramente a la duración vida, más bien se refiere a la calidad de vida. El creyente tiene la vida de Cristo (Gál. 2:20), porque tiene a Cristo dentro de él (Col. 1:27).

 

         La vida en Cristo es la posesión presente del creyente al igual que su esperanza futura; se habla de ella como el estado futuro del creyente solamente en el sentido de que cuando Cristo venga la vida eterna estará más allá de confiscación (I Jn. 3:2; Ap. 2:10).
Sea en el paraíso, reinando con Cristo en su reino milenial, o habitando la Nueva Jerusalén, el creyente morará en la presencia de Jesús en la casa de su Padre. La vida en la casa del Padre está asegurada por la promesa de Cristo de preparar un lugar para nosotros allí (Jn. 14:2, 3); la preparación de un lugar para nosotros
fue la obra expiatoria de Cristo en la cruz del Calvario. La morada eterna del creyente es entonces, un hogar
en el cielo; pero, ¿qué clase de lugar preparó Jesús?
• El cielo es el lugar donde está Jesús nuestro Salvador (Jn. 14:2, 3; Hch. 7:56; Lc. 1:2; II Cor. 5:2; Fil.
1:23).
• El cielo es un lugar amplio. “En la casa de mi Padre muchas moradas hay” (Jn. 14:2, 3).
• El cielo es un lugar mejor (Heb. 10:34; 11:16).
• El cielo es un lugar ideal. Se nos enseña a orar, “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la
tierra” (Mt. 6:10).
• El cielo es un lugar de herencia. El creyente recibirá una herencia porque es un coheredero con Cristo (I P.
1:4; Rom. 8:17).
• El cielo es un lugar de recompensa (Mt. 5:12; 6:20; 19:21; Lc. 12:33; Col. 1:5; II Ti. 4:8).
• El cielo es un lugar de adoración (Ap. 19:1).
• El cielo es un lugar de belleza, esplendor y gloria (Ap. 21–22).
• El cielo es un lugar de gozo (Ap. 21:4; Mt. 25:21, 23; Lc. 15:7; Heb. 12:2).
• Es un lugar de identidad personal. Después de la muerte, el hombre rico y Lázaro retuvieron su identidad
personal. Moisés y Elías aún eran identificables cuando se le aparecieron a Jesús en el monte de la transfiguración
(Mt. 17:2, 3). Después de la resurrección, Jesús fue reconocido [p 597] por sus seguidores. Nuestros
nombres están escritos en el libro de la vida; y nombres significan identidad y personalidad (Fil. 4:3). El
hecho que los creyentes tendrán sus cuerpos resucitados en el cielo demuestra que la obra redentora de Dios
se extiende a la persona completa. No perderemos nuestra identidad personal en el cielo; por lo contrario,
nuestras personalidades serán elevadas al nivel más alto del ser personal. Lo mejor de las relaciones terrenales
en el cuerpo de Cristo perdurarán en la vida celestial.
Yo Jesús he enviado

 

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